En reciente artículo titulado “La derrota de las izquierdas y 2022”, el cientista político Aldo Fornazieri concluye que las izquierdas salieron derrotadas en las elecciones municipales de Brasil. Según él, “no se pueden torcer los números para enmascarar las derrotas. En términos efectivos, es necesario contar el número y la importancia de las alcaldías conquistadas y perdidas. Municipalidades constituyen poder real por cuatro años y los votos de los derrotados no son activos que se almacenan para elecciones siguientes”.

Si bien el argumento de Fornazieri es acertado en muchos aspectos, constatando el crecimiento de los partidos de centro y centro derecha a costa de los votos que hace una década eran destinados preferencialmente al Partido de los Trabajadores (PT), creemos que es necesario matizar sus aseveraciones con otros elementos de análisis que aportan algunas luces sobre los posibles caminos que se abren para la izquierda, antes de poner el énfasis en una visión cristalizada del fracaso.

Con estas ponderaciones, no tratamos de ser autocomplacientes sino de intentar concebir alternativas para salir de este impasse en que se encuentran las fuerzas progresistas del país. Si bien, por una parte, los partidos de izquierda no tuvieron éxito en la obtención de las alcaldías entre las capitales de los 26 estados de la Federación, su desempeño en ciudades menores no fue irrelevante. Además, en la elección de concejales merece destacarse el aumento de miembros electos que pertenecen a grupos hasta ahora con un papel secundario en la política nacional, como las comunidades negras, los jóvenes, las mujeres o los colectivos LGBT. La inmensa mayoría de tales representantes corresponde a militantes de partidos de izquierda y sus plataformas de gobierno destacan por su apelo a una mayor democratización de la sociedad, a la consolidación de prácticas de reconocimiento y a la búsqueda de mejores condiciones de justicia social e igualdad.

Sumado a lo anterior, tampoco hay que despreciar el 40 por ciento que conquistó Guilherme Boulos (PSol) en Sao Paulo o el 45 por ciento de las preferencias del electorado que obtuvo Manuela d’Ávila (PCdoB) en Porto Alegre. Por cierto, no se trata de desconocer la derrota (relativa) de ambos, pero sí de valorizar que en el caso de Boulos, este 40 por ciento representa la retracción de una extrema derecha que venía creciendo con mucha fuerza en la capital paulista. Las cifras expresan en los hechos, la inclinación de un porcentaje significativo de los votantes de la ciudad más populosa de Brasil hacia un candidato que tuvo que enfrentar hasta la saciedad las acusaciones de “radicalismo” y que debió contornar una permanente campaña de descalificación y mentiras. Ello abre insospechadas perspectivas de crecimiento de una nueva fuerza en la izquierda, con Boulos despuntando como el líder nato de un partido en ascenso -como lo es el PSol- que ahora disputa la vanguardia que había tenido el PT en los últimos 35 años.

Sin duda la perdida de hegemonía por la que atraviesa el PT es el corolario de las alianzas que fue fraguando con el empresariado durante el segundo mandato de Lula y de los pactos electoreros y las desviaciones burocráticas producidas durante los gobiernos de Dilma Rousseff, que lo distanciaron de sus bases históricas en los diversos territorios donde el partido había realizado un trabajo de formación política desde los años ochenta. Preocupándose más de los acuerdos cupulares para mantenerse en el poder, el PT fue negligenciando la tarea política en los sindicatos, comunidades y favelas, dejando el espacio para que el pentecostalismo se introdujera en la vida cotidiana del mundo popular con promesas de salvación y vida eterna. Ello generó una subjetividad que se alimentaba del desprecio por la política y la adhesión a figuras que fueron emergiendo entre dichas iglesias y que se declaraban fervientemente contrarios a los partidos y la clase política. Las autoproclamadas vertientes anti-sistémicas aparecieron como la respuesta a una crisis integral que tomó cuenta del país y en donde el PT -al igual que el resto de las izquierdas- no fue capaz de ofrecer una salida creíble.

A juzgar por los resultados de la última elección, parece ser que dicho panorama está cambiando. Es decir, aquellos candidatos que diseñaron sus campañas enarbolando las banderas de la anti política fueron, en general, derrotados por candidatos con experiencia en administración municipal que prometían mejorar la gestión y la ejecución de políticas destinadas a los sectores más carentes en sus respectivos municipios. En ese sentido, ante la descalificación de “incendiarios” que han venido sufriendo los representantes del progresismo, muchos de los alcaldes pertenecientes al campo de la izquierda han realizado muy buenas administraciones, lo cual les ha permitido demostrar que es posible hacer una gestión que integre responsabilidad en el manejo de los recursos municipales (humanos, financieros, de infraestructura) con programas sociales inclusivos y de distribución de renta.

Aunque no se pueden extraer conclusiones mecánicas sobre el impacto directo de elecciones municipales al ámbito nacional, se puede decir que este momento político plantea una vez más la necesidad de formular una plataforma programática del conjunto de los referentes de izquierda y centro izquierda (PT, PSOL, PCdoB, PDT, PSB, Rede) que permitan reconstruir un frente democrático de amplia base que supere las divisiones heredadas por disputas seculares.

Con todos sus percances, esta izquierda posee un fuerte arraigo en la memoria de la gente y en el repertorio cultural de los ciudadanos, a pesar de que dicha remembranza de lucha y coherencia fue siendo desmontada sistemáticamente por años de acuerdos patrimoniales y frustraciones acumuladas en la última década. Por lo mismo, es necesario recomponer ese tejido social y organizacional en múltiples escalas. Implantar escuelas de formación política para la ciudadanía en todos los lugares, crear redes y diseminar la actividad cívico-política, fundar talleres de diversos tipos, centros culturales, grupos de teatro, asociaciones de jóvenes, grupos de reivindicaciones feministas y afrodescendientes, es decir, vincularse a la vida cotidiana de las personas, a sus problemáticas y a sus esperanzas.

Ello supone también entregarle al conjunto de la población una alternativa basada en la experiencia recién atesorada por mujeres, jóvenes, negros y colectivos LGBT, que son los que actualmente encarnan con mayor potencia los valores que permitirán reposicionar el proyecto democrático y portador de un horizonte inclusivo para los nuevos tiempos que Brasil se merece. Estos son algunos elementos claves para pensar una izquierda que se renueva a partir de las conquistas alcanzadas y que no tiene temor de mirar el porvenir con la fortaleza que otorga la convicción de transformar el país para el bien y la realización de las grandes mayorías.